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Testigos de ojos pequeños
Los casos de niños, niñas o adolescentes que
presencian la muerte de sus padres quedan invisibilizados en los
subregistros de la violencia y la impunidad que estremecen al país. El
interés superior del niño resulta una falacia jurídica y el miedo
obstaculiza la solidaridad. En el proceso, las familias se destrozan y
los sobrevivientes enfrentan el duelo con sus propios recursos, porque,
en general, no reciben apoyo de las instituciones del Estado. Tres
historias sobre hechos ocurridos en 2013 revelan la indefensión de los
ciudadanos que se convirtieron en testigos y no aparecen en las
estadísticas
Edgar López 19 de enero 2014 - 12:01 am
“Voy a sacar 20 en todos los exámenes para irnos del país y que no nos maten”A
las 8:00 pm del 11 de noviembre del año pasado, la familia tenía dos
nuevos motivos para estar feliz: se mudarían de Nuevo Prado, en El
Cementerio, a un apartamento más acogedor y seguro en Baruta, y el
segundo hijo –que había nacido 19 días atrás– se reía en los brazos de
la madre que lo protegía en los asientos traseros del vehículo. La niña
de 7 años de edad jugaba con el teléfono celular de su papá. Todos iban
juntos en la camioneta familiar.
En un segundo les cambió la vida. Un
grupo de motorizados vestidos de azul y negro los obligó a detenerse y,
sin más, uno de ellos usó una escopeta para dispararle a la cara del
hombre de 28 años de edad. Él trató de cubrirse con la mano, pero el
impacto de la bala le llegó al rostro. Sus dedos volaron y cayeron
encima de la niña que iba de copiloto.
“Mi sobrina abre la
puerta y se lanza hacia una pendiente llena de monte. Trata de proteger
al niño que sufre fractura de fémur con desplazamiento. El bebecito
grita y grita desesperadamente. La niña empieza a llamarnos por
teléfono. Solo escuchamos los gritos de su mamá y el llanto de su
hermanito”, cuenta la familiar que pidió no revelar su nombre y que
admite que sus conocimientos como psicóloga no le alcanzan para afrontar
la tragedia.
“¡Mataron a mi papá, mataron a mi papá! Y mi
mamá y mi hermanito se van a morir. Ayúdennos. Estamos por el parquecito
de Cumbres de Curumo”, pedía auxilio la muchachita.
Con la
ayuda de desconocidos, la mujer de 26 años de edad y sus dos hijos
llegaron a una clínica. Allí declaró que se había caído con el bebé,
porque desde el primer momento estuvo convencida de que los agresores
eran policías. El bebé ha sido intervenido quirúrgicamente dos veces y
hasta la semana pasada estuvo enyesado desde el torso hasta los
tobillos, con dermatitis y complicaciones digestivas. Los médicos que lo
atienden presumen que la rigidez en la parte superior de su cuerpo se
debe a una convulsión por el intenso dolor físico que sufrió y que le
puede haber causado daños neurológicos irreversibles.
“Toda la
familia se desmembró. El cadáver del esposo de mi sobrina lo
encontraron en una escalinata del barrio Los Totumos, en El Cementerio.
Su madre se encargó de enterrarlo y después necesitó una cura de sueño.
Ni mi sobrina ni su hija pudieron despedirse de él y viven aterradas,
porque aseguran que sus agresores fueron policías. Mi hermana, la madre
de mi sobrina, quiso suicidarse porque ese día dijo que no podía
quedarse con el bebé recién nacido y la culpa no la deja vivir. Todos
estamos aterrados y no nos atrevemos a denunciar, ni siquiera a hablar
con nadie del asunto”, indica la psicóloga.
La madre se mudó a
casa de otra tía y trata de mantenerse firme para curar al niño que
apenas tiene dos meses y medio de edad. Se cortó y tiño el pelo, también
se lo cortó a la niña. Teme que los asesinos sepan quiénes son, dónde
están y traten de hacerles más daño.
La niña, que quedó a
cargo de la única miembro de la familia que considera que contar la
historia puede contribuir a sensibilizar al país sobre la violencia
extrema que nos afecta a todos, está en un nuevo colegio, hace tareas
dirigidas y recibe atención psicológica.
“Pero ha sido muy
difícil sanarla. Pasó una semana desconectada de la realidad. Lo primero
que hace al levantarse es llamar por teléfono a su mamá para pedirle
que no salga de la casa. No soporta abordar un vehículo sin que la
acompañe alguien de su confianza. No quiere jugar con muñecas. Dice que
no va a casarse ni a tener hijos, porque no quiere que le pase lo que le
pasó a su mamá. Todos los días llora y lo último que me dijo me
destrozó el corazón: ‘Voy a sacar 20 en todos los exámenes, quiero pasar
a segundo grado para irnos del país y que no nos maten”.
“¿Cuántas veces mi hijo tiene que ver a su papá morir?”Hace
un mes tomó un cuaderno a rayas. En una hoja dibujó a su papá sangrando
y desvaneciéndose por un tiro en el costado. Al lado pintó un corazón y
en líneas torcidas escribió un mensaje sin destinatario claro:
“Tranquilo, al asesino lo vamos a atrapar”. En otra hoja del mismo
cuaderno hizo el retrato del homicida: flaco, con lentes, gorra y una
pistola en la mano, y anotó una reflexión discordante en un niño de 7
años de edad: “Esto es lo que pasa por vivir en barrios”.
Así
recuerda el muchachito la tragedia que tuvo que presenciar el 9 de julio
de 2013. Ese día estaba junto a su padre, Solandiz Rafael Jiménez
Cabezas, de 34 años de edad, quien fue emboscado por un hombre que le
iba a vender una moto. Todo lo que se sabe del hecho lo ha contado y lo
sigue contando el propio menor de edad.
“El niño me dijo que
ese hombre llegó pidiendo el dinero, pero mi esposo advirtió que tenía
una actitud agresiva y le dijo que prefería ver la moto antes. En
cuestión de minutos, sacó el arma y le disparó a Solandiz. Mi hijo me
cuenta que no escuchó el disparo, por lo cual supongo que le puso
silenciador a la pistola. El niño solo se percató de lo que estaba
ocurriendo cuando vio que su papá estaba bañado en sangre. Lo agarró por
un brazo, dio unos pocos pasos, le dijo que no podía más y cayó al
suelo”, cuenta la madre, Wendy Ojeda.
La mujer relata que
funcionarios de Polisucre auxiliaron a su esposo, pero sin detectar y
valorar oportunamente todos los elementos de la emergencia, entre ellos
las llamadas víctimas secundarias, dejaron al niño solo: “Él gritaba:
‘¡Ese es mi papá, ese es mi papá!’. Porque Dios estaba metido en el
asunto apareció una señora, tomó al niño y con él se montó en un
mototaxi y se pegó detrás de la patrulla de Polisucre. A mi hijo lo
llevaron al Cicpc de El Llanito y luego a la Unidad de Pediatría del
Pérez de León. Allí estuvo hasta el día siguiente, cuando yo regresé de
oriente”.
Hace dos meses, el niño tuvo que volver a pagar el
precio de haber presenciado la muerte de su padre. La policía científica
detuvo a un hombre sospechoso de ser el homicida de Jiménez Cabezas y, a
solicitud del Ministerio Público, se convocó al menor de edad para que
hiciera el reconocimiento correspondiente.
El niño dijo que aquel hombre corpulento que estaba preso no era el que había matado a su padre.
Estudia
segundo grado y su madre asegura que no ha disminuido su rendimiento
escolar. “Yo pensé que no iba a poder dormir, que iba a vivir con miedo o
que se iba a volver agresivo. Pensé muchas cosas: que me iba a volver
loca, que no iba a poder salir adelante con mi niño y mis otras dos
hijas gemelas de 13 años. Pero, para la gloria de Dios, soy cristiana, y
el Señor tomó el control de todo”.
“Mi hijo está bien. No
necesita psicólogos ni nada. ¿Qué mayor sanador que el Rey de Reyes?”,
insiste la mujer, que habla con resignación, pero sola y triste, en una
casa alquilada en la parte alta del sector Las Praderas de Maca, en
Petare, que paga con la mitad de las tres becas Hijos de Venezuela que
recibe.
“Todavía hay gente imprudente que insiste en
preguntarle al niño cómo ocurrió el crimen. Yo lo aparto y digo:
‘¿Cuántas veces mi hijo tiene que ver a su papá morir?”, lamenta a la
vez que hace esfuerzos por no expresar rabia. s
“Si nos llenamos de rencor todos vamos a terminar muertos”
El
asesinato de dos maestras de preescolar, ocurrido en el barrio García
Carballo de Caricuao el 9 de noviembre de 2013, estremeció a la
comunidad y al país, pero sobre todo al adolescente de 13 años de edad
que tuvo que ver el cuerpo de su madre baleado y yacente en el suelo.
“Todos
estábamos en la calle: mi mamá (Ysmar Yusmerky Mendoza Vargas, de 28
años de edad) mi hermanita y yo. También estaba la otra maestra (Yolimar
del Carmen Acosta, de 34 años) y sus dos hijos. De pronto llegaron unos
tipos armados y empezaron a disparar. A mi mamá le dieron seis tiros”,
recuerda el muchacho.
Obviamente, el joven se pregunta por
qué. No le convence el móvil de robo que orientó las investigaciones
policiales ni la presunta identificación de dos adolescentes como los
homicidas, tal como informó el director del Cuerpo de Investigaciones
Científicas, Penales y Criminalísticas, 11 días después del crimen.
“Esos tipos dispararon y huyeron, no se llevaron nada de nadie. Supimos
que en el celular de mi mamá había varios mensajes de texto con
amenazas, pero ella no nos había dicho nada. A la final, no han agarrado
a nadie”, reclama.
Al mediodía de este martes, el joven
estaba listo para irse al liceo Roberto Martínez Centeno, donde estudia
segundo año de bachillerato. Su abuela María Esther Vargas es la
responsable de que su uniforme luzca impecable y de que no se despeine
con la gorra de Los Ángeles Lakers que tanto le gusta.
“Ahora
ese muchacho es mío y punto. Su papá, nada que ver. Pero poco importa
que se haya desentendido, porque yo he visto por él desde que estaba en
el vientre de mi hija. Mi otra nietecita de 6 años que quedó huérfana se
la llevó su papá. Ese sí es un hombre responsable”, dice la mujer y
asegura que lo que percibe como pensionada y jubilada es suficiente para
asegurar la manutención de su nieto. Está convencida de que su afecto y
cuidados bastan: “Él no necesita más nada, ni psicólogo ni nada, porque
es muy maduro y no ha cambiado de actitud”.
“Yo voy fino en
el liceo –reafirma el adolescente– y sigo haciendo deportes. Lo que más
me gusta es el básquet y patinar. Soy bueno en básquet. Hace poco un
señor nos dijo que nos iba a llevar a jugar a Argentina”. Además de
deportista, quiere ser maestro, como su mamá: “Me gusta enseñar, porque
me gusta ayudar a los niños más pequeños, que aprendan cosas nuevas”.
“Claro
–continúa– sin mi mamá la vida ha sido dura. Ella era muy pana: buena
madre, buena amiga, compañera. Nos daba todo lo que le pedíamos. Nunca
nos decía que no. Yo la recuerdo todos los días”.
El muchacho
sabe que el barrio en que vive es peligroso: “Yo solamente ando con
niños buenos y trato de alejarme de la violencia. A unos chamos de por
allá arriba les pasó algo parecido, les mataron a la mamá. Buscaron
venganza y les fue mal; los mataron a ellos también. Si nos llenamos de
rencor, todos vamos a terminar muertos, como esos chamos”.
Fallas del Estado revictimizan a los huérfanos de la violenciaVenezuela
ha hecho caso omiso de las recomendaciones de la ONU para desarrollar
políticas públicas en materia de seguridad ciudadana. Las especialistas
María Josefina Ferrer y Gaby Arenas señalan que la solidaridad es
imprescindible para afrontar el auge de la criminalidad
Que el
Estado venezolano no tenga políticas públicas para atender a los niños,
niñas y adolescentes víctimas primarias o secundarias de la violencia
constituye una prueba de su marginalidad respecto del debate mundial que
desde hace décadas se ha dado sobre el asunto. En 1996, la Organización
de las Naciones Unidas aprobó el Manual de Justicia sobre el uso y
aplicación de la Declaración de Principios Básicos de Justicia para
víctimas de delito y abuso de poder que había formulado en 1985. Y en
noviembre de 2013 ese manual fue actualizado para facilitar a los países
miembros de la ONU, entre ellos Venezuela, el diseño y ejecución de
políticas públicas en materia de seguridad ciudadana, en las cuales la
víctima sea una prioridad y reciba una atención integral.
“Los
estándares internacionales derivados de la actualización de este manual
–explica la profesora de victimología de la Universidad Central de
Venezuela, María Josefina Ferrer– se pueden resumir en la necesidad de
garantizar tres derechos: asistencia, protección y reparación.
Sin
embargo, lamenta la docente, en Venezuela el auxilio a corto, mediano y
largo plazo que requieren los afectados por el auge delictivo es
inexistente, y el sistema de justicia penal es tan absurdo e ineficiente
que, en vez de resarcir daños, conduce a la impunidad.
“En el
caso de los llamados huérfanos de la violencia, el interés superior del
niño es una falacia jurídica y las instituciones del Estado, lejos de
contribuir a la recuperación de las víctimas y fomentar la resiliencia,
son responsables de su revictimización”, afirma Ferrer.
Gaby
Arenas de Meneses, directora de la Fundación Taller para el Aprendizaje
de las Artes y el Pensamiento, TAAP, ofrece un ejemplo concreto: “El
Consejo de Protección de Niños, Niñas y Adolescentes de El Hatillo no
dispone de un mensajero para llevar una citación a un agresor. De esta
forma las pocas denuncias que se formulan no pueden ser cuantificadas ni
atendidas adecuadamente”.
Arenas de Meneses también refiere
los documentos elaborados por la ONU sobre la violencia que afecta
niños, niñas y adolescentes en el mundo, América Latina y Venezuela.
“El
Informe de América Latina en el marco del Estudio Mundial de las
Naciones Unidas sobre la violencia contra niños, niñas y adolescentes
considera que los niños que crecen como víctimas de maltrato o rodeados
por situaciones de violencia, son más proclives a convertirse en jóvenes
y adultos violentos al crecer. Desde muy temprano los niños aprenden
que la violencia es una forma eficaz para ‘resolver’ conflictos
interpersonales, especialmente si la han padecido dentro del hogar, ya
sea como víctimas o como testigos”, recuerda la fundación TAAP.
Esfuerzos
truncados. Ferrer considera que la situación de la violencia contra
niños, niñas y adolescentes en Venezuela es tan grave, que no es
exagerado echar mano de otros manuales que ha producido la ONU, como los
relacionados con el estrés postraumático que sufren los niños afectados
por la guerra.
“En Venezuela las víctimas no son prioridad
para nadie. En muchos casos, la propia víctima se rehúsa a reconocerse
como tal. Hay quienes razonan que si yo me reconozco como víctima,
reconozco que estoy mal y, por lo general, nadie quiere estar mal. Es un
elemental mecanismo de defensa, la negación, que, en vez de facilitar
dificulta el proceso de duelo y de recuperación”, afirma la profesora de
la UCV.
Arenas de Meneses agrega que la resistencia de las
víctimas a autorreconocerse como tales solo evidencia la complejidad del
asunto y los retos para las instituciones y la sociedad en general.
“Debemos
entender que todos somos corresponsables y no podemos refugiarnos en la
excusa de que involucrarnos en estos asuntos es un peligro.
Si todos
los vecinos de El Cambur hubiesen salido con los nombres y las fotos de
los llamados ‘Sanguinarios’ y se los hubieran dado a los diarios,
quizás la hija de Mónica Spear no se habría sumado a los cientos de
niños que presencian la muerte de sus padres. Pero mientras pensemos en
que no me voy a meter en líos para que no me pase nada a mí, la
situación va a empeorar. Y, lo peor, es que cualquier día nos puede
tocar a nosotros”, reitera la directora del fundación TAAP.
Arenas
de Meneses advierte que sin estudios y estadísticas confiables no se
puede avanzar: “Los resultados del estudio realizado por la ministra
Maryann Hanson en 2011 sobre acoso escolar no se publicaron, pero
algunas organizaciones como Cecodap han documentado casos de suicidio
por este problema.
La Comisión Desarme invirtió miles de millones
de bolívares en investigaciones. Convocó a los mejores investigadores
del país y de América Latina. Acopió el mejor acervo documental sobre
violencia criminal en Venezuela, pero no logró articulación de los
grupos de trabajo, porque se convirtió en un ente político.
No
bastan planes cayapa o patria segura si no se aborda el problema de la
inseguridad ciudadana y la violencia criminal en forma integral”.
Los niños deben seguir sus rutinas
Lissette Cardona
Édgar López
Los
niños que pierden a sus progenitores deben mantener la rutina que
llevaban cuando convivían con ellos. María Isabel Parada, presidente de
la ONG Psicólogos sin Fronteras, señaló que el contexto en el que se da
la pérdida de los padres y la edad de los pequeños, marca la diferencia
en el tipo de atención requerida. Sin embargo, se debe procurar que el
afectado reciba ayuda profesional.
“Hay que procurar que el
niño mantenga sus rutinas, que vaya al colegio, que cumpla con sus
hábitos de alimentación y aseo, que juegue como siempre lo hacía”,
explicó.
La especialista insistió en que los huérfanos por la
violencia deben sentirse apoyados y queridos por los familiares más
cercanos para entender la pérdida.
Aclaró que el proceso puede ser largo y difícil, incluso puede tomar algunos años.
La
psicóloga clínica María Eugenia Guédez, presidente del Colegio de
Psicólogos del Distrito Capital, señaló que los familiares que se harán
cargo del niño afectado deben permitir la expresión de sus sentimientos.
“Hay
que dejarlos preguntar e irles respondiendo, así sea reiterativo. Los
adultos no deben interrumpir o distraer al pequeño de lo que quiere
expresar con respecto a la muerte, sobre todo en los primeros momentos”,
expresó.
Guédez recomendó evitar las mentiras, porque causan
desconfianza hacia la familia y en sí mismo. Aseguró que a partir de los
6 años de edad, los pequeños tienen conciencia del significado de la
muerte, especialmente, si ya han experimentado el fallecimiento de un
familiar anciano o una mascota.
“Es recomendable que el niño
sea abordado por alguien cercano, que se sienta dispuesto a hacerlo. Si
es muy pequeño se le puede decir que se fue al cielo. Si la familia no
está preparada es mejor tomar un tiempo para decírselo”, indicó.
Precisó
que la realización de dibujos y la escritura ayudan a drenar las
emociones. Estos deben ser entregados a los especialistas para facilitar
la orientación y el diagnóstico de otros trastornos.
Claudia
Carrillo, psicóloga clínica, coordinadora de la Unidad de Atención a
Víctimas de Cofavic, enumeró las reacciones esperadas en niños que
pierden a sus padres de acuerdo con la edad.
Los niños menores
de 5 años de edad sienten mayor ansiedad por la separación y presenta
apego excesivo hacia las personas más influyentes. Hay retorno a etapas
evolutivas ya superadas. Los pequeños de 6 a 11 años de edad, tiene
dificultad para relacionarse con sus pares y compañeros. Pueden ser
agresivos, estar ansiosos y presentar problemas de aprendizaje y
trastornos alimenticios.
Los adolescentes, por su parte, suelen
bajar su autoestima, se tornan agresivos y se aíslan socialmente. En
algunos casos se responsabilizan excesivamente con el hogar, trabajan
desde muy jóvenes y pueden abusar del alcohol y/o las drogas.
“En
mi experiencia con familias víctimas de violencia, lo que sucede es un
replanteamiento de su proyecto de vida y un crecimiento para las
personas afectadas, quienes ven fortalecidos sus mecanismos de
afrontamiento para responder a situaciones límites. Mientras más jóvenes
son las víctimas, más oportunidades tienen para aprender de la
experiencia. En todo caso, es determinante el apoyo que reciban”,
expresó.
TestimoniosLa inseguridad en lápiz y creyónLa
Fundación Taller de Aprendizaje para las Artes y el Pensamiento (TAAP)
se ha dedicado a reunir, como parte de sus actividades, testimonios
gráficos y textuales de niños que han sido víctimas o testigos. Estas
son algunas de las historias y dibujos recopilados por esta
organización. Los nombres de los pequeños fueron cambiados para proteger
su identidad.
Ricardo11 años de edad
“Mi
mamá y papá nunca salían tan temprano, pero ese día estaban felices
porque mi papá por fin había encontrado un trabajo. En este callejón
nadie sale antes de que amanezca, yo vi cómo le abrieron la cabeza a un
loco con un palo. Pero el día que mataron a mi papá no sabía que le
habían disparado a él. Ahora yo ayudo a mi mamá y la cuido porque ella
casi no quiso volver a salir ni volver a comer. Ahora yo trabajo en las
camionetas y en el mercado. A veces extraño el colegio, a mis amigos y
el básquet porque yo era bien bueno”.
Rosa14 años de edad
“Mi
mamá no va a regresar más, eso me calma, ya no va a haber más gritos,
mi papá no le va a pegar más y tampoco me va a pegar a mí. Con mi abuela
todo es más tranquilo”.
La mamá de Rosa murió tras ser atacada por su pareja con un machete, quien luego salió de la casa y se disparó.
Yesenia7 años de edad
“No
sé qué le pasó a mi hermano, no parecía él, estaba muy, muy bravo. Yo
creo que mi papá era muy malo y por eso él nos defendió”.
El
hermano mayor de Yesenia tenía 12 años de edad cuando le disparó a su
papá frente a sus 5 hermanitos. Lo hizo para defender a su madre y
hermana de las agresiones del progenitor.
Luisa4 años de edad
“Extraño
mucho a mi hermano. Yo sé que él está dormido y solo quiero que se
vuelva a despertar. Mi mamá dice que él no va a volver, pero yo creo que
sí, y seguro cuando vuelva podremos jugar con mi pelota nueva y mi
muñeca”
Al hermano de Luisa lo mató una bala perdida en un
tiroteo en el barrio. Ella estuvo a su lado por casi dos horas, mientras
su mamá volvía del trabajo para recoger el cuerpo de la acera. Ningún
vecino o autoridad salió a ayudarlos.